
Extraviado entre la frondosidad
​
21 de junio de 2019
Cuento
Escrito Por Santiago López Vasquez.
​
Desperté en medio de un bosque, a mí alrededor nada más que árboles y hojas caídas, el
viento fresco que rozaba mi espalada provocó una cruda desavenencia. Supe
inmediatamente que no quería estar allí, que no debía; mi muñeca izquierda estaba
acompañada de un reloj que marcaba las 7 de la mañana. No recordaba cosa alguna de
mi vida, quién era, qué hacía allí ni a dónde debía ir, me exacerbaba la idea.
Pasaron por lo menos 40 minutos desde que abrí los ojos y no pude siquiera
desplazarme, ¿hacia dónde? , ¿con qué motivo? estuve tirado en el suelo contemplando
mi desgracia hasta que el hambre incipiente hizo que replanteara aquellas respuestas que
simplemente negaba. Me levanté con la determinación necesaria para sobrevivir en
aquel recóndito lugar; mientras caminaba en línea recta con la esperanza de hallar algo
para comer. Mi cerebro casi que pedía disuadir todo pensamiento que quisiera indagar
sobre mí, confundido y perdido pude prever mi horrible final, muerto de hambre,
devorado por los animales del bosque hasta el punto en que mi existencia se reduciría a
nada más que huesos en medio de árboles.
De igual manera, mi idiosincrasia no permitía la acción del abandono, de desertar, no
podía; no sabía de dónde provenía tal noción, quizá siempre había sido un hombre que
no se rendía fácilmente, consideré aquella como una concepción adecuada sobre mí y
me llené de fortaleza para afrontar el resto del día. Transcurrían las 2:30 de la tarde y
aún no encontraba alimentos, ningún fruto, ningún animal que pudiese cazar, estaba
desesperado, me obnubilaba la situación, no me contuve y caí rendido, las lágrimas
fluían por mi rostro y la angustia se apoderaba de las esperanzas que intentaba construir,
me tomó un tiempo llenarme de valor nuevamente.
Zonzo y agotado caminaba a través de la vegetación, empezaba a rendirme cuando a lo
lejos pude notar cómo una cabeza asomaba, era un jabalí; de inmediato la zozobra
desapareció y dirigí mi atención al animal, era alimento, lo que estaba buscando y lo
que necesitaba para sobrevivir por lo menos una noche. Procuré establecer un plan de
ataque, para ello necesitaba un arma, en el suelo se encontraba una rama de grosor más
o menos adecuado para golpear fuertemente al jabalí, podía sostener la rama con ambas
manos y golpearlo hasta que perdiera la conciencia. Después, podría hacer una fogata y
comer hasta sentir la saciedad. Me dirigí entonces lentamente hacia el animal con el
arma entre mis manos, seguro de mi hegemonía sobre él, de mi supremacía intelectual y
física. Estaba a unos pocos pasos de realizar mi ataque, tragué saliva y no pude evitar
toser, el animal me escuchó y huyó del sitio tan rápido como pudo, sentí dolor en todo
mi cuerpo al ver cómo se iba mi vida, estaba desconcertado, ¿ahora qué?
Me enervaba el tiempo, tenía hambre y ya no tenía fuerzas para seguir de pie; eran las
6:45, pronto iba a terminar de oscurecer y mi vida poco a poco se consumía, los
sollozos eran inevitables, el escalofrío acogedor. No tuve mejor opción que intentar
dormir, esperando que la mañana siguiente no me encontrara rodeado de árboles, sin
comida y sin esperanza, como los últimos cuatro días.